Tibios

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Siempre les he dicho a mis hijos desde muy pequeños que hay dos frases que estaban prohibidas en casa; la primera: “me aburro” porque eso significa que tienes la cabeza poco amueblada y además, que con esa actitud de reclamo, necesitas que los demás te la amueblen con sus ideas (cosa poco recomendable y más a medida que vas cumpliendo años), y la segunda y más importante: “me da igual” porque eso implica una actitud vital muy peligrosa (para uno mismo). Obviamente, no me refiero a situaciones en las que de verdad nos da igual sentarnos en un sitio o en otro o ir a ver una película u otra; me refiero a aquella actitud vital de tibieza constante en la que preferimos quedarnos en un segundo plano y dar importancia a lo que el otro quiere por encima de lo que quiere uno mismo con tal de evitar un conflicto. Esa actitud que algunas personas tienen tan metabolizada que ya creen de verdad que todo les da igual y eso, con absoluta rotundidad, no es bueno para nadie.

Hay una frase magnífica del Apocalipsis 3:16 que se refiere a este tipo de personas y que dice:

“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Porque a los tibios los vomitaré de mi boca” y no me extraña que le entren ganas a uno. A mí la tibieza del alma me produce eso: ganas de vomitar.

En mi vida conozco a muchos tibios y ,desgraciadamente, suelen ser decepcionantes; pero lo más curioso es que suelen buscar y rodearse de personas nada tibias, sino más bien calientes a los que se someten y con los que establecen un círculo de victimismo francamente cansino, además, tienden también a hacer que te sientas culpable en más de una ocasión tan solo por manifestar tu opinión sinceramente.

El “tibio” es claramente reconocible porque sigue un patrón de pensamiento muy definido que se basa principalmente en considerar que lo que piensa o siente no importa mucho, al lado de lo que piensa y siente el otro; su creencia principal es que es necesario ser querido y apreciado por todo el mundo lo que le hace confundir aprecio con respeto; y sobre todo, tiene una constante sensación de ser incomprendido y manipulado por los demás.

Esto se refleja en una actitud no verbal y en un comportamiento externo bastante claros: volumen de voz bajo; habla poco fluida o muy rápida, como si quisiera acabar pronto la conversación para no acaparar la atención; huida del contacto ocular o mirada descendente; sonrisa algo forzada a veces; postura tensa; inseguridad para saber qué hacer y qué decir; frecuentes quejas a terceros pero incapacidad para cambiar la situación y su propia actitud.

Lo más perjudicial y peligroso de esta actitud es la deshonestidad emocional que sienten; por ejemplo, pueden sentirse agresivos y hostiles pero lo disimulan hasta tal punto que ,en ocasiones, no lo reconocen ni ante ellos mismos, lo que les produce una ansiedad y frustración tremendas que, en muchas ocasiones, termina con numeritos agresivos (actitud pasivo-agresiva) bastante fuera de lugar.

He visto este tipo de actitud en muchos ámbitos; por ejemplo, en matrimonios que van enconando sus posiciones hasta llegar a un límite insostenible porque el sumiso ya no sabe en qué más puede ceder terreno y el otro cada vez refuerza más su actitud agresiva. Este tipo de relación a veces pasa por la búsqueda de una tercera persona por parte del más agresivo que ya no encuentra interés en el tibio, lo que termina de machacar la autoestima de éste y de reforzar el sentimiento de culpabilidad del agresivo. También suele ocurrir que el pasivo, incapaz de decir lo que piensa, cede durante años, hasta que llega un día que explota por todo lo que no ha dicho y se convierte en un maltratador constante, lo que termina siendo bastante terrorífico.

Otro ámbito es el profesional donde el jefe ejerce un liderazgo muy agresivo y en el que somos incapaces de decirle realmente lo que pensamos y cuanto menos se lo decimos y más adoptamos una actitud de sumisión, más agresivo se comporta.

La única persona capaz de acabar con eso eres tú mismo. No son los demás los responsables de que no pongamos límites a su actitud. El ser humano va a llegar hasta donde pueda para ganar y estar bien. Somos cada uno de nosotros los responsables de decir en qué momento ya no está tan bien algo o y es suficiente y empieza en pequeños detalles diarios. Si hay algo que NO QUIERES hacer DILO. Sencillamente, con claridad y con una educación exquisita. Puede hacerse cumpliendo esos tres requisitos: sencillo, claro, controlado. Si seguimos dejando que las situaciones que no nos gustan sigan ocurriendo, puede hacernos mucho daño y sólo deteriora las relaciones al deteriorar la comunicación. Sólo debes callarte cuando realmente TE DÉ IGUAL DE VERDAD que sea verde o rojo, arriba o abajo, aquí o allí. Si en algo no estás de acuerdo, DILO. No busques gustar constantemente o caer bien por encima de todo, así no lo conseguirás. Curiosamente, las personas ASERTIVAS, los que dicen lo que piensan y sienten de forma clara, son las que suelen atraer más y las que cuentan con más amigos. El ASERTIVO dice lo que quiere decir y se comunica a nivel racional y emocional, ejerce poder y autoridad (aunque sea muy joven) y no confunde el afecto con el respeto

No busques ser una víctima. Empieza hoy, desde ya, a ser honesto emocionalmente y dile a ese compañero que te cae como una patada que por favor, baje el volumen de la radio porque no puedes concentrarte para trabajar o di sencillamente que NO a tu pareja cuando no quieras hacer algo o a un íntimo amigo que te pone en una situación incómoda. No sigas soportando eso y despotricando a la hora de la comida con tu amiga del alma porque esa o aquél es un imbécil y te fuerza a hacer lo que no quieres. Piénsalo, nadie fuerza a nadie de verdad: en esta historia sólo hay un imbécil que deja que las cosas le sucedan: tú.

Os dejo con una gran escena que muestra a la perfección esta conducta social, es de la película “Master & Commander” y el corte está protagonizado por un gran sumiso, un “tibio” de libro que es el guardiamarina Hollom. La película empieza con él, incapaz de gritar a Zafarrancho porque no está seguro de ello (muy típico del sumiso: la indecisión) lo que genera desconfianza en los marineros que ya no le respetan; incapaz de enfrentarse a ellos, deja que hablen de él y que empiecen a faltarle al respeto gravemente, hasta que el Capitán para de golpe esa situación y pone los límites que él no ha sido capaz de poner. Observad dos cosas:

Cómo su actitud pasiva y sumisa acrecienta la agresividad del grupo y cómo el Capitán reflexiona sobre su carrera que se ha estancado por ese perfil de comportamiento tan autodestructivo. Aunque sucede a principios del S. XIX, bien puede trasladarse a cualquier organización de hoy en día. ¡Que disfrutéis!

2 comentarios

  1. Jorge · May 27, 2015

    Si todos dijéramos lo que pensamos de una forma razonada y asertiva nuestro interlocutor aprendería de sus errores, favoreceríamos una fertilización cruzada de ideas y por lo tanto crearíamos mucho valor en nuestras organizaciones. Pero no todo puede ser positivo para todos los sectores, seguramente bajaría el consumo de lexatin y similares.

  2. nataliagironella · May 27, 2015

    Jajajajajjj!! Cuánta razón tienes! Gracias por tu mensaje.

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