Tibios

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Siempre les he dicho a mis hijos desde muy pequeños que hay dos frases que estaban prohibidas en casa; la primera: “me aburro” porque eso significa que tienes la cabeza poco amueblada y además, que con esa actitud de reclamo, necesitas que los demás te la amueblen con sus ideas (cosa poco recomendable y más a medida que vas cumpliendo años), y la segunda y más importante: “me da igual” porque eso implica una actitud vital muy peligrosa (para uno mismo). Obviamente, no me refiero a situaciones en las que de verdad nos da igual sentarnos en un sitio o en otro o ir a ver una película u otra; me refiero a aquella actitud vital de tibieza constante en la que preferimos quedarnos en un segundo plano y dar importancia a lo que el otro quiere por encima de lo que quiere uno mismo con tal de evitar un conflicto. Esa actitud que algunas personas tienen tan metabolizada que ya creen de verdad que todo les da igual y eso, con absoluta rotundidad, no es bueno para nadie.

Hay una frase magnífica del Apocalipsis 3:16 que se refiere a este tipo de personas y que dice:

“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Porque a los tibios los vomitaré de mi boca” y no me extraña que le entren ganas a uno. A mí la tibieza del alma me produce eso: ganas de vomitar.

En mi vida conozco a muchos tibios y ,desgraciadamente, suelen ser decepcionantes; pero lo más curioso es que suelen buscar y rodearse de personas nada tibias, sino más bien calientes a los que se someten y con los que establecen un círculo de victimismo francamente cansino, además, tienden también a hacer que te sientas culpable en más de una ocasión tan solo por manifestar tu opinión sinceramente.

El “tibio” es claramente reconocible porque sigue un patrón de pensamiento muy definido que se basa principalmente en considerar que lo que piensa o siente no importa mucho, al lado de lo que piensa y siente el otro; su creencia principal es que es necesario ser querido y apreciado por todo el mundo lo que le hace confundir aprecio con respeto; y sobre todo, tiene una constante sensación de ser incomprendido y manipulado por los demás.

Esto se refleja en una actitud no verbal y en un comportamiento externo bastante claros: volumen de voz bajo; habla poco fluida o muy rápida, como si quisiera acabar pronto la conversación para no acaparar la atención; huida del contacto ocular o mirada descendente; sonrisa algo forzada a veces; postura tensa; inseguridad para saber qué hacer y qué decir; frecuentes quejas a terceros pero incapacidad para cambiar la situación y su propia actitud.

Lo más perjudicial y peligroso de esta actitud es la deshonestidad emocional que sienten; por ejemplo, pueden sentirse agresivos y hostiles pero lo disimulan hasta tal punto que ,en ocasiones, no lo reconocen ni ante ellos mismos, lo que les produce una ansiedad y frustración tremendas que, en muchas ocasiones, termina con numeritos agresivos (actitud pasivo-agresiva) bastante fuera de lugar.

He visto este tipo de actitud en muchos ámbitos; por ejemplo, en matrimonios que van enconando sus posiciones hasta llegar a un límite insostenible porque el sumiso ya no sabe en qué más puede ceder terreno y el otro cada vez refuerza más su actitud agresiva. Este tipo de relación a veces pasa por la búsqueda de una tercera persona por parte del más agresivo que ya no encuentra interés en el tibio, lo que termina de machacar la autoestima de éste y de reforzar el sentimiento de culpabilidad del agresivo. También suele ocurrir que el pasivo, incapaz de decir lo que piensa, cede durante años, hasta que llega un día que explota por todo lo que no ha dicho y se convierte en un maltratador constante, lo que termina siendo bastante terrorífico.

Otro ámbito es el profesional donde el jefe ejerce un liderazgo muy agresivo y en el que somos incapaces de decirle realmente lo que pensamos y cuanto menos se lo decimos y más adoptamos una actitud de sumisión, más agresivo se comporta.

La única persona capaz de acabar con eso eres tú mismo. No son los demás los responsables de que no pongamos límites a su actitud. El ser humano va a llegar hasta donde pueda para ganar y estar bien. Somos cada uno de nosotros los responsables de decir en qué momento ya no está tan bien algo o y es suficiente y empieza en pequeños detalles diarios. Si hay algo que NO QUIERES hacer DILO. Sencillamente, con claridad y con una educación exquisita. Puede hacerse cumpliendo esos tres requisitos: sencillo, claro, controlado. Si seguimos dejando que las situaciones que no nos gustan sigan ocurriendo, puede hacernos mucho daño y sólo deteriora las relaciones al deteriorar la comunicación. Sólo debes callarte cuando realmente TE DÉ IGUAL DE VERDAD que sea verde o rojo, arriba o abajo, aquí o allí. Si en algo no estás de acuerdo, DILO. No busques gustar constantemente o caer bien por encima de todo, así no lo conseguirás. Curiosamente, las personas ASERTIVAS, los que dicen lo que piensan y sienten de forma clara, son las que suelen atraer más y las que cuentan con más amigos. El ASERTIVO dice lo que quiere decir y se comunica a nivel racional y emocional, ejerce poder y autoridad (aunque sea muy joven) y no confunde el afecto con el respeto

No busques ser una víctima. Empieza hoy, desde ya, a ser honesto emocionalmente y dile a ese compañero que te cae como una patada que por favor, baje el volumen de la radio porque no puedes concentrarte para trabajar o di sencillamente que NO a tu pareja cuando no quieras hacer algo o a un íntimo amigo que te pone en una situación incómoda. No sigas soportando eso y despotricando a la hora de la comida con tu amiga del alma porque esa o aquél es un imbécil y te fuerza a hacer lo que no quieres. Piénsalo, nadie fuerza a nadie de verdad: en esta historia sólo hay un imbécil que deja que las cosas le sucedan: tú.

Os dejo con una gran escena que muestra a la perfección esta conducta social, es de la película “Master & Commander” y el corte está protagonizado por un gran sumiso, un “tibio” de libro que es el guardiamarina Hollom. La película empieza con él, incapaz de gritar a Zafarrancho porque no está seguro de ello (muy típico del sumiso: la indecisión) lo que genera desconfianza en los marineros que ya no le respetan; incapaz de enfrentarse a ellos, deja que hablen de él y que empiecen a faltarle al respeto gravemente, hasta que el Capitán para de golpe esa situación y pone los límites que él no ha sido capaz de poner. Observad dos cosas:

Cómo su actitud pasiva y sumisa acrecienta la agresividad del grupo y cómo el Capitán reflexiona sobre su carrera que se ha estancado por ese perfil de comportamiento tan autodestructivo. Aunque sucede a principios del S. XIX, bien puede trasladarse a cualquier organización de hoy en día. ¡Que disfrutéis!

Alma mater

Napoleón decía que “el porvenir de un hijo es siempre obra de su madre” y cuánta razón tenía. Si supiera que así lo han demostrado varios científicos más de dos siglos después, seguramente no lo habría creído.

Y es cierto, la madre es la que va a construir la forma en la que su hijo va entender el mundo y a relacionarse con él. Nuestro cerebro es eminentemente social, estamos “construidos” para socializar y la primera figura que crea esa “plantilla” sobre las que construiremos nuestras relaciones futuras es la madre. A través del contacto físico, de la expresión de amor de sus manos, sus besos y sus caricias el niño que será adulto fortalece sus emociones y elimina sus miedos a conectar con otros seres humanos en los que confía porque no ha sido agredido.

Esta relación comienza mucho antes de que nazcamos y se halla integrada en la estructura misma de nuestro sistema nervioso. Estando en el útero materno, sincronizamos nuestros movimientos con el ritmo del habla de nuestra madre, pero no con otros sonidos y cuando nacemos, se establecen “protoconversaciones” con ella que serán el prototipo base de toda interacción humana.

Estas conversaciones, no son verbales; discurren a través de la mirada, el tacto, los sonidos, el tono de voz, las sonrisas, los arrullos y especialmente lo que se llama el “maternés” [motherese] , que es lo que corresponde a lo que llegará a ser el habla adulta. Los matices que lo conforman van más allá de cualquier cultura y se dan independientemente de que la madre hable chino, turco o español. Siempre suena amable o juguetón, con un tono muy elevado, declamaciones cortas y un ritmo regular.

Es frecuente que la madre lo acompañe con palmadas y caricias a un ritmo regular y su cara y los movimientos de su cabeza se hallan en sincronía con las manos y la voz; y el bebé, a su vez, suele responder al movimiento de las manos de su madre sincronizando sus sonrisas arrullos movimientos de mandíbula, lengua y labios. La relación que se establece entre la madre e hijo es incomparable con cualquier otra relación entre seres humanos.

Estas sesiones son para el bebé la antesala de lo que llegarán a ser sus interacciones con otros seres humanos de adulto.

Este video es un ejemplo perfecto de esa relación y esa conexión tan fuerte y tan absolutamente emocional:

La protoconversación es la plantilla básica de toda relación humana. Por esta razón, la capacidad de entrar en sincronía, como hicimos cuando éramos bebés, guía todas las interacciones sociales que mantenemos a lo largo de toda nuestra vida. Y del mismo modo que siendo niños los sentimientos fueron el tema fundamental de la protoconversación, siguen siendo el vehículo a través del cual discurre la comunicación adulta”

Estas sesiones de protoconversación son para todos nosotros, cuando hemos sido niños, el experimento piloto antes de disponer de lenguaje para relacionarnos con el otro; “seminarios intensivos”, según los denomina Goleman, en los que aprende a relacionarse. Aprendemos a conectar con los demás mucho antes de que tengamos palabras para expresar lo que sentimos y cómo nos sentimos.

La capacidad de establecer sincronía, de empatizar, de conectar, al igual que hicimos cuando éramos bebés, va a guiar todas las interacciones sociales que mantengamos a lo largo de nuestra vida. Quizás por eso, son muchas las personas que se acuerdan y llaman a su madre en el momento de morir o que se convierten en niños cuando una madre se muere.

Os dejo con una escena impresionante de la película “Salvar al soldado Ryan” la de la muerte del soldado Irwin Wade, interpretado de forma impecable por el actor Giovanni Ribisi. La clave está en los segundos finales.(a partir del 5:35)  Aviso que es fuerte pero tan auténtica y tan genuina que merece la pena ver.

A golpe de vista

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Escena de la película “Vacaciones en Roma”

En muy pocos segundos (Goleman habla, incluso de 17 milisegundos), con solo un golpe de vista, nos hacemos una composición de lugar sobre el nivel económico, educación, y hasta el nivel de éxito del otro. Esto nos cuenta Olivia Fox en su interesante libro “El mito del Carisma”.

También explica que una de las razones de que las primaras impresiones sean casi indelebles, según el economista John Kenneth Galbraith, es que cuando nos enfrentamos a tener que elegir entre cambiar de opinión o probar que teníamos razón, casi todos nos decantamos por la prueba. Una vez que hemos establecido un juicio sobre alguien, pasamos el resto del tiempo buscando razones que avalen esa emoción que para nosotros es tan potente.

La otra razón de que las primeras impresiones tengan ese impacto es que las investigaciones han demostrado que suelen ser acertadas. Al contrario de lo que muchas veces se dice, como que no hay que fiarse de la primera impresión.

En un estudio llevado a cabo en la Universidad de Texas, en Austin, los participantes fueron capaces de juzgar acertadamente nueve de cada diez rasgos de personalidad mirando una única fotografía. Los rasgos en cuestión eran orientación política, extraversión, franqueza, capacidad para llegar a acuerdos, estabilidad emocional, simpatía, autoestima, religiosidad y hasta soledad.

En este sentido, las investigaciones de Rosenthal [1] realizadas entre 1979 y 1992, demostraban que las primeras impresiones sobre las otras personas suceden en cuestión de segundos y , además de ser bastante fiables, permanecen invariablemente en el tiempo. Este profesor de Harvard descubrió que las primeras impresiones son producidas por la parte más rápida del cerebro, la más primitiva (cerebro reptiliano) que genera nuestros reflejos instintivos, primarios y que fue clave para que nuestros antepasados consiguieran sobrevivir.

Instintivamente, nos preguntamos si esa persona es amiga o enemiga y si existe probabilidad de que sea un enemigo, lo segundo que nos planteamos es si debemos luchar o huir.

Lo más destacable de estas investigaciones es que el común de los estudiantes percibe de manera intuitiva, en los treinta primeros segundos de un encuentro con un profesor, la imagen que de éste tendrá pasados incluso unos meses. Observando únicamente cortes inferiores a 30 segundos de la filmación de una clase, es posible evaluar, hasta un 80% de fiabilidad, la eficacia pedagógica de un profesor en la relación enseñanza-aprendizaje con sus alumnos, con independencia de la competencia intelectual y académica de éstos para juzgar la formación e idoneidad profesional de sus profesores.

Estas conclusiones acerca del peso de las impresiones en el juicio de las personas son sorprendentes; exactamente igual ocurre con el proceso inconsciente en la toma de decisiones. La conclusión del experimento de Rosenthal es que la calidad de la enseñanza y la garantía del aprendizaje del alumno dependerá, en gran medida, de la conducta no verbal del profesor y de su aspecto físico. Ya comenté hace un tiempo en un post cómo nos condicionaba la belleza física del otro, incluso hasta el punto de que está demostrado que las personas con rostros más bellos acceden a puestos mejores y tienen sueldos más altos. Es triste pero, lamentablemente, es cierto.

Una regla de oro para “entrar fácil” al otro durante esos primeros momentos de interacción es que nos gustan las personas que son como nosotros. Cuando somos similares en vestimenta, conducta, lenguaje, damos por supuesto que no somos peligrosos, que tenemos valores similares y por tanto, existe menos peligro que ante lo que no es familiar o conocido.

Con respecto a ese primer golpe de vista, la apariencia general, refiriéndonos al atuendo, se evalúa antes que el comportamiento y el lenguaje no verbal. La ropa se ve desde más lejos y nos ayuda a determinar más rápidamente si el otro es de mi “tribu” o no. Y no me refiero a ir bien vestido, no hago distinciones, me refiero a que todos identificamos las diferentes tribus que existen en nuestra ciudad o pueblo en un abrir y cerrar de ojos.

El mismo discurso, por ejemplo, será percibido de manera diferente si el que habla lleva traje o si va en vaqueros rotos. Yo tenía un jefe con el que viajaba en alguna ocasión y siempre decía que, cuando llevaba traje y corbata en los vuelos, todos los que le atendían en la línea aérea se mostraban más amables o respetuosos.

En los años 70, cuando surgió el movimiento hippy, se realizó un experimento en las Universidades de EEUU que consistió en pedir prestadas unas monedas, abordando a los estudiantes. Cuando se vestían al estilo hippy (el atuendo más popular entre los estudiantes), dos de cada tres prestaban el dinero; cuando vestían con un estilo convencional, sólo recibían una respuesta positiva menos de la mitad de las veces.

American Express descubrió enseguida este fenómeno y envió a sus vendedores a los campus universitarios con un atuendo similar y tras ver el éxito, dio un paso más: contrató estudiantes y consiguió disparar las ventas.

En este sentido, uno puede elegir si integrarse y vestir adaptándose al entorno, de forma que casi seguro mantienes un código (entre muchos) que hace sentir cómodo al otro o elegir vestirse para ser recordado. Suele depender bastante de tu autoestima y seguridad interior, pero, desde mi perspectiva, es justo lo contrario de lo que la gente presupone. A más llamativo/a, más inseguro/a.

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Dos formas de vestir completamente distintas en un evento. ¿Antes muerta que sencilla?

Esto me recuerda una gran escena de la película “American Gangster” en la que Denzel Washington, tras observar el atuendo de su hermano, le dice algo que recoge perfectamente todo lo que tanto se ha investigado sobre el primer golpe de vista.

Aquí os dejo el corte con la escena de esta magnífica película y esta gran frase:

“El más llamativo de la sala es siempre el más débil”

[1] AMBADY, N. & ROSENTHAL, R.:Half a minute: Predicting Teacher Evaluations from Thin Slices of Nonverbal Behavior and Physical Attractiveness, Journal of Personality and Social Psychology, 64 (3), 1993,PP. 431-441.

Fabricar la suerte

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A menudo analizo las actitudes vitales de las personas de las que me rodeo, de hecho, es la parte de mi trabajo más importante y la que más me gusta de largo; las personas te dan datos constantemente sobre su forma de entender el mundo, sus necesidades más íntimas, sus miserias y sus éxitos. Es muy interesante y un ejercicio realmente enriquecedor; sobre todo para conocer cuáles de esas actitudes son absolutamente perdedoras desde el segundo uno que son ejecutadas y cuáles son ganadoras.

Y aquí es donde interviene el factor “suerte”. Y lo pongo entre comillas porque no creo en ella. Siempre lo he dicho y lo mantengo. Todos conocemos gente que siempre encuentra sitio para aparcar, entra en el cupo de afortunados que se libran de algo, o le sale el destino que quería en el trabajo. Yo creo que a ese tipo de personas no les ha “tocado”, ese tipo de personas construyen su suerte. Y lo interesante de esto es que se nota en su actitud, en su comunicación.

Llevo muchos años dando clase, más de veinte, y es sorprendente la cantidad de veces que un alumno me ha comentado después de clase que las cosas no le iban bien, que tenía problemas con los de su grupo de trabajo, o que llevaba una temporada pasándolo mal y la relación directamente proporcional que eso tenía con su actitud.

No es mala suerte, no… las cosas no se han torcido, o aquella persona o circunstancia no te perjudicó…nosotros fabricamos nuestra suerte. Salvo que te metas en un avión pilotado por un loco que decide estrellarlo, el resto de tus acciones dependen única y exclusivamente de ti. Sólo el 10% de nuestra existencia es aleatoria, el 90 % restante se define por nuestra forma de pensar (y de actuar). Y parece ser que hay formas científicamente demostradas de llamar a la buena suerte. Eso es lo que nos cuenta Richard Wiseman en su libro “Nadie nace con suerte: el primer estudio científico que enseña a atraer y aprovechar la buena fortuna” de la editorial Temas de Hoy. Wiseman nos dice que las personas con “buena suerte” tienen actitudes y comportamientos parecidos y aquellos que tienen “mala suerte” tienden a presentar patrones de conducta contrarios.

Wiseman, que es profesor en la Universidad de Hertfordshire, ha realizado investigaciones con cientos de personas durante más de una década en las que se dedicó a estudiar a las personas que se consideraban afortunadas, así como a las personas que se consideraban desafortunadas.

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Richard Wiseman

Fruto de estos estudios, llegó a la conclusión de que hay básicamente tres factores para explicar por qué les pasan siempre a determinadas personas las cosas positivas.

Factor 1: los ”suertudos” acostumbran a fiarse de sus corazonadas. Los “gafes” ignoran su propia intuición y luego se arrepienten de la decisión que han tomado.

Factor 2: los “suertudos” son tenaces, perseveran cuando sufren un fracaso, y muestran optimismo, aunque las cosas se pongan feas: suelen pensar que sucederán cosas buenas.

Factor 3: cuando sufren un cambio inevitable, tienden a pensar que las cosas podrían haber sido mucho peores, pero que afortunadamente no lo son y ,sobre todo, toman el control de la situación cuando es desfavorable.

A estos interesantes factores, yo me atrevería a añadir, fruto de mis propias observaciones, siete factores más que tienen que ver con la comunicación de estos agraciados. Porque, como siempre, creo firmemente que la actitud corporal influye, y mucho, también para atraer la suerte.

Los siete patrones de comunicación de los bienaventurados, faustos y venturosos son:

  1. Sonríen más que la media. Y lo hacen de verdad; es decir, con los ojos. Generan, por tanto, más endorfinas que la mayoría de los mortales.
  2. Abarcan el espacio en horizontal, sus movimientos son amplios y de apertura. No se contraen en el espacio.
  3. Tienden a estar más erguidos que encorvados.
  4. Son seductores con el cuerpo y los gestos: miran a los ojos, realizan movimientos más sinuosos que rectilíneos, suelen tener los dos pies bien plantados en el suelo y los ademanes tienen energía, no hay laxitud.
  5. Muestran comodidad con su cuerpo, con su atuendo, en cualquier circunstancia.
  6. Modulan la voz, utilizan matices sonoros que se ajustan a lo que dicen.
  7. Mantienen una buena imagen. Cuidan su apariencia.

Obviamente, no estoy afirmando que las personas que tengan todos o alguno de estos patrones van a asegurar su suerte o que los que no los tengan serán unos desgraciados. Sólo digo, y lo digo con la seguridad de haberlo observado demasiadas veces que no se trata de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado sino de tener la mentalidad adecuada y la actitud corporal idónea… ahora, te pregunto, después de leer esto:

¿No quieres probar a tener suerte?

La impermanencia

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Hoy hace dos años que murió el marido de mi amiga Laura. Se llamaba Luis y era el amor de su vida y ella el de él…podías comprender eso solo con mirarles un instante. Todos nos rompimos un poco por dentro cuando supimos que una noche de febrero el hielo traidor se cruzó en su camino y se lo arrebató a ella dejando todas sus ilusiones desperdigadas en una carretera. Llevaban cuatro meses casados y muchos días queriéndose y llenándose de alegría el uno al otro. Todos nos partimos en dos y nos preguntamos mil veces por qué. Todos quisimos dormir para probar suerte y soñar que habíamos soñado. Todos quisimos que la vida siguiera como siempre, que nada hubiera cambiado…pero, como siempre, la vida nos volvió a recordar lo único que es seguro, lo único que es cierto, lo único que es permanente: la impermanencia.

Sogyal Rimponché escribió en su obra “El libro tibetano de la vida y de la muerte” que la muerte es un enorme misterio, pero que de ella se pueden decir dos cosas: es absolutamente cierto que llegará, y absolutamente incierto cuándo y cómo lo hará. Esta es la única certeza de incertidumbre que nos sirve de excusa para postergar el enfrentar la muerte directamente. Somos como niños que se tapan los ojos jugando al escondite y se figuran que nadie puede verlos.

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A pesar de que yo he sufrido la muerte de mis padres y he vivido esa inmensa pena, nada me devolvió tanto a esta realidad, ni nada me golpeó tan de lleno con este pensamiento de la impermanencia como la muerte de Luis, porque, al fin y al cabo, uno vive siempre pensando que algún día verá morir a los que le han visto nacer, pero no a quien comparte su vida. Y si alguna vez lo pensamos, enseguida borramos el pensamiento para no sufrir.

Rimponché dice también que deseamos desesperadamente que todo siga como está porque en nuestra mente los cambios siempre equivalen a pérdida y sufrimiento. Y, cuando se producen, procuramos anestesiarnos en la medida de lo posible. Damos por supuesto, tercamente y sin ponerlo en tela de juicio, que la permanencia proporciona seguridad y la impermanencia no. Pero, en realidad, la impermanencia es difícil e inquietante al principio, pero, cuando se enfrenta uno a ella, mucho más amigable y menos perturbadora de lo que habríamos podido imaginar. La percepción de que algo nunca va a permanecer siempre es, paradójicamente, la única cosa a la que podemos aferrarnos.

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A Laura le debo mucho más de lo que ella piensa y sabe. Ella me ha enseñado dos lecciones inestimables en mi vida:

La primera, que lo que no cambia nunca en la vida es precisamente eso: el cambio; aunque nos repitan desde niños la frase al final del cuento “y vivieron felices por siempre jamás. Cada día, lucho por recordarlo a cada instante y disfrutar de cada momento porque, tal vez mañana o una hora después, ya no pueda. Las fotografías que os dejo de Luis y que muestran su enorme sensibilidad para captar instantes y detalles del mundo, puede que os ayuden a no olvidar ese pensamiento. La segunda, que lo que verdaderamente distingue a unos seres humanos de otros es la capacidad de afrontar esos cambios sin victimismo, como parte de la vida. De hecho, las personas más competentes emocionalmente destacan por su autocontrol y su automotivación.

La capacidad de mi amiga Laura de querer, de no quejarse, de disfrutar de los más pequeños detalles que le ofrece la vida, su calidez humana y su alegría de corazón, a pesar de la tristeza que siente, me hacen pensar que he tenido una suerte enorme por encontrarla y aprender de ella. Realmente, las personas que han aportado algo bueno a la historia de la humanidad han cumplido de forma rigurosa esos valores que ella tiene y de los que no es ni siquiera consciente.

Ojalá la vida le regale a Laura muchos cambios que le traigan toda la alegría que se merece. Ojalá que aprendamos a vivir como si hoy fuera el último día, como si mañana todo fuera a cambiar de golpe.

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¡Quiero saliiiiiir!

O de cómo los grupos de Whatsapp se parecen a los agujeros negros del espacio

Voy a intentar escribir este post con el mayor cuidado posible para no herir susceptibilidades… y me temo que podrían ser muchas, según la experiencia de los últimos días.

Empecé a vislumbrar este fenómeno gracias a mi amigo Felipe que, de pronto, dejó de contestarme a mis whatsapps sin motivo aparente. Cuando quedé a comer con él (después de llamarle, claro) me dijo que estaba metido en un grupo de Whatsapps de amigos que fueron a un crucero y que le estaban volviendo tan loco que ya no hacía caso de los mensajes en general. – ¡Vaya!- pensé- pues sí que deben de escribirle mucho para que reniegue de un medio tan bueno para conectarse.

Sin embargo, poco a poco, he ido comprobando cómo, casi sin darse uno cuenta, se encuentra metido en una vorágine de mensajes que ni le van ni le vienen pero de los que no puede escapar.

Como todo el mundo, estoy metida en varios grupos de esta aplicación y en general, las personas suelen ser comedidas y agradables… hasta que, de pronto, me encontré con “el grupo”. ..una buena mañana, a una de las personas se le ocurrió la genial idea de que varios miembros estuviéramos conectados y ahí empezó todo. Esto fue un miércoles. El siguiente domingo … había salido del grupo… y dada la cantidad de víctimas del fenómeno, podría decir que lo había hecho “con un par”

Es sorprendente la cantidad de información que hay en Internet para salir de estos grupos “sin que nadie se dé cuenta” (cosa totalmente imposible) y para buscar seudo soluciones como ”silenciar” el grupo para que no estés constantemente oyendo la vibración de tu móvil. Me resulta curioso comprobar como somos capaces de soportar mensajes que nos desagradan, nos molestan o solo nos crispan con tal de no decir: “chicos, lo siento, pero me salgo del grupo”. Vivimos en un mundo de apariencias que se filtra por cualquier rendija que implique relacionarnos. Mis hijos lo llaman “postureo”.

He comparado este fenómeno con los agujeros negros porque estos son regiones del espacio en cuyo interior existe una concentración de masa lo suficientemente elevada como para generar un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella…o sea, igual que los grupos de whatsapp.

Al hecho de que los mensajes se multipliquen constantemente, hay que sumarle la tipología de los integrantes del grupo. Los hay de todo pelaje (pornográficos; los que escriben en clave y a los que nadie pilla; los que se meten a narrar párrafos eteeeeeeeernos; los que contestan a destiempo, cuando ya se está “hablando” de otro tema; los “dedos salchicha” que dan a todas las teclas menos a la correcta y hacen ininteligible lo que escriben, etc.) pero, en concreto, yo tengo especial manía al tipo exhibicionista. El exhibicionista suele ser un personaje con poco “brillo” cerebral y social y que encuentra un caldo de cultivo estupendo para desparramar su poco interesante existencia en estos grupos, acribillando al personal con distintas fotos de su lamelibranquia vida. Así, desde primerísima hora de la mañana, te manda un mensaje con su correspondiente foto en la que sale, a saber: desayunando con su novia en la cocina, junto a la madalena de Eroski; a mediodía, tomando el aperitivo, con sus gafas de sol y carita de James Bond y por la tarde, posando con el compañero de turno del partido de pádel que acaba de jugar y que ,desconcertado y sudoroso, mira a la cámara con cara de pocker. Bajo esta foto añade “mens sana in corpore sano”, aunque todos sabemos que le han reventado en el partido porque es un paquete. El exhibicionista ha cobrado especial importancia en este último grupo al que fui añadida porque, el día anterior a mi huida (previamente anunciada), fue el día de los enamorados y por supuesto, todos los integrantes tuvimos que soportar la foto del ramo de flores que le regaló a su churri y la foto de la cena que tuvieron ambos enamorados en el japo de turno, añadiendo un mensaje relativo a lo mucho que se quieren. Esto te llega mientras tú estás disfrutando de la cena con tu pareja, de verdad, sin necesidad de inmortalizar el momento para enseñársela a los demás.

Los exhibicionistas tienen un universo paralelo en el que, cual avatares de Second Life, muestran vidas que suelen tener poco que ver con su realidad; pero, en ningún momento comprenden que a nadie le importa su universo. El exhibicionista tiende a escuchar nada y a interesarse realmente poco por la vida ajena (condición indispensable para evolucionar, ser mejor persona y adquirir habilidades sociales) y si rascáramos, comprenderíamos que, la mayoría, se han sentido poco queridos desde hace mucho tiempo. Normalmente, cuando uno está contento con su vida, cuando uno disfruta del momento, no siente necesidad de mostrarlo constantemente.

Si reconocéis a este personaje, si alguna vez habéis tenido que soportar la intrusión en tu vida de los miserables momentos estelares de un exhibicionista, sólo recomiendo hacer dos cosas:

La primera: si no te importa mucho la persona en cuestión, irse del grupo (siempre dando la cara) y aportando las razones que son obvias. Constantes mensajes son insufribles para una persona con una vida medianamente ocupada. Ya te comunicarás con ellos de forma individual, ya que en grupo excita los ánimos de algunos hasta límites insospechados.

La segunda: si es un amigo tuyo, y te importa de verdad, buscar un momento y explicarle que ese tipo de egocentrismo continuado no es bueno, agota al personal y solo muestra inseguridad y una falta de madurez evidente, como cuando le decías a tu madre al borde de la piscina: “¡Mamá, mamá mírame, mírameeee!”

¡¡¡¿Por qué no te callas?!!!

ShutUp

¿Cuántas veces hemos asistido a un discurso, a una charla, a una reunión y nuestra cabeza estaba deseando gritar esa frase que fue tan famosa en su día?

La capacidad de ser sintético es un bien muy apreciado por prácticamente todos los receptores de mensajes pero, lamentablemente, muy escaso entre los emisores. Una comunicación puede pasar de ser mediocre a brillante solo por pasar de ser larga a concisa.

Un ejemplo clarísimo ha sido la entrega de los premios Goya que acabamos de ver y en los que ha habido de todo: discursos largos, discursos balbuceantes, discursos brillantes, discursos sintéticos y discursos patéticos.

En una gala donde se intercalan sesiones del Club de la Comedia (francamente bien llevadas por un Dani Rovira inmenso, simpático, natural y cercano) y algún que otro sketch que aligera el acto, es imposible captar la atención de principio a fin si te marcas un discurso de 11 minutos, como el de el Presidente de la Academia, D. Enrique González Macho. I-M-P-O-S-I-B-L-E. Aquí podéis echarle un vistazo (porque no creo que podáis atender en profundidad).

http://www.rtve.es/noticias/20150207/gonzalez-macho-gala-goya-2015-ya-va-siendo-hora-bajen-maldito-iva/1094660.shtml

Algunos agradecimientos eran soporíferos por eternos y otros impecables por su sencillez, simpleza y concisión. Qué gran diferencia entre unos y otros.

George Miller, eminente figura de psicología explicó que los humanos podemos ser considerados como un tipo de informávoros, es decir, como unos seres que, al igual que los ordenadores, consumimos y procesamos información.

Miller se refería a los resultados de múltiples experimentos previos en el campo de la memoria y la percepción humanas en los que se había detectado una limitación en la capacidad de procesamiento cognitivo. En estos experimentos observó una intrigante regularidad con respecto al número de elementos que un participante tenía que reconocer, categorizar o memorizar.

En la mayoría de los trabajos, los índices óptimos de ejecución, es decir, la capacidad de almacenar o gestionar de nuestro cerebro, se encontraba con un máximo de entre 5 y 9 elementos (7 +/- 2 ideas, conceptos, bloques de información). Más allá de ahí, el sistema parecía “sobrecargarse”. En definitiva, podemos retener pocas ideas y eso incluye el número de palabras que debe tener una frase (que no debería pasar de 20 o 25) y el número de mensajes que debe tener una presentación o un discurso (que cuantos menos haya, mejor)

Suele ocurrir que cuando el personal tiene poco tiempo, como en el caso del minuto establecido para los agradecimientos de los premiados en los Goya , éste se dedica a emitir el mismo número de ideas pero triplicando la velocidad. Resultado: todavía peor. ¿ Tan difícil es ser conciso? Sí.

Dani Rovira realiza en la gala una magnífica parodia de ello que os dejo aquí:

Ser sintético no es hablar más rápido. Es hablar menos; emitir la “versión corta” de la película…y ¡¡¡Cómo se agradece!!!

Emitir un discurso de 8 minutos para agradecer un premio cuando llevas ya más de una hora de gala o escuchar a un Almodóvar decir cada cinco segundos “eeh”, en el discurso al Goya de Honor con una falta de soltura realmente llamativa se me asemeja más a un castigo que a una celebración. Porque, en ningún caso se piensa en el que está escuchando que siempre debería ser el foco de un buen comunicador: captar y mantener la atención de la audiencia. Bastante llamativo y paradójico también que, en la introducción de su discurso, Almodóvar explicara que le habían pedido que no hablara de él mismo y que no hiciera otra cosa que mencionarse a sí mismo para hablar de la trayectoria de Banderas. ¡Ayyy qué mala es la vanidad y cómo refleja la debilidad del ego!

Cervantes decía: “No hay razonamiento que, aunque sea bueno, siendo largo lo parezca”, y Shakespeare que la brevedad es el alma del ingenio. Qué grandes verdades de dos grandes de la escritura. Ser sintético implica siempre desechar lo irrelevante y ser consciente de que, en la mayoría de los casos, hay muchos más argumentos innecesarios para el que escucha de los que presuponemos, así que, ante la duda…por favor… ¿Por qué no te callas?

SLOW MOTION

Sin título

Un parámetro realmente interesante y poco conocido de los estudios de comunicación no verbal tiene relación con el tiempo. El tiempo está presente constantemente en nuestra vida como la inevitable magnitud física que mide la duración de las cosas que suceden.

¿Alguna vez te has planteado si eres rápido o lento?, ¿cuánto tardas en reaccionar emocionalmente ante un suceso? Realmente, la velocidad de reacción es un concepto que nos diferencia. Hay personas que comen rápido, responden rápido, conducen rápido y andan rápido y personas que tienen una cadencia o ritmo tranquilo y tardo a los que les costará acelerar aunque quieran.

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El ritmo o la velocidad en la reacción se inyecta en cada gesto, ademán o expresión que hacemos y por supuesto, en cada palabra que decimos y ese ritmo condiciona la forma en que nos comunicamos con los demás. Por ejemplo, los estudios paralingüísticos demuestran que si emitimos más de 160 palabras por minuto el cerebro del interlocutor no procesa el mensaje. También estos estudios demuestran que un ritmo de menos de 120 palabras por minuto nos hará desconectar casi con toda seguridad. Esta es la razón de que siempre haga hincapié en la velocidad de locución en mis clases.

La velocidad que imprimimos a nuestras acciones es un parámetro realmente interesante para observar y si lo pensamos bien, se trata de algo que suele colocarnos en posiciones vitales muy polarizadas. No hay nada que saque más de quicio a un apresurado que la parsimonia del tranquilo y viceversa.

El psicólogo Wilhelm Wundt propuso dos parámetros para explicar las diferencias humanas en función de la velocidad de respuesta (rápida y lenta) y la intensidad de esa reacción (fuerte o débil). La interacción entre estos dos parámetros da lugar a cuatro tipos de comportamiento basados en la clasificación de los temperamentos que ya estudió Hipócrates 400 años a.C. Los rasgos que forman parte de cada una de las dimensiones representan el resultado de una gran cantidad de estudios que estadísticamente han demostrado que estos se hallan correlacionados en una gran variedad de muestras.

Sin embargo, temperamentos y estilos de comportamientos aparte, hoy sólo quiero enfocarme en la importancia y la belleza de lo LENTO porque, en muchas ocasiones, va a marcar la diferencia en la comunicación que establezcamos con el otro. Pensad en una caricia verdadera: es imposible hacerla de forma rápida y apresurada porque no sería una caricia. Una mirada de amor suele ser mantenida y no apresurada, como si “se detuviera el tiempo”; y un beso enamorado (que no apasionado) suele darse despacio. Igualmente, la capacidad de transmisión de seguridad en un discurso, por ejemplo, está muy relacionada con un ritmo de locución controlado y unas pausas mantenidas. No hay nada que haga controlar más una conversación que el silencio ni nada que aporte más empaque a un alegato que las pausas. Aprender a controlar ambos es una de las claves de un buen comunicador.

Os dejo con un video en el que el gran Steve Jobs presentaba el MacBook Air y donde su control en el ritmo del discurso y las pausas nos da una muestra de lo seguro que estaba en lo que decía y de lo que disfrutaba hablando de algo que le apasionaba: sin ninguna prisa.

Crash: un instante mágico

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Me encanta el cine. Todo el que me conoce bien lo sabe y sabe lo mucho que puedo llegar a gozar de películas de todo tipo de género. Pocas cosas hay que me hagan disfrutar tanto como el momento en que empiezan los títulos de crédito y la música que anuncia una nueva historia. Una de las películas que más me ha llegado en los diez últimos años y que redescubro cada poco tiempo cuando vuelvo a ver es “Crash”, dirigida por Paul Haggis, el guionista de “Million Dollar Baby” y que, con un reparto coral certero y absolutamente creíble, consiguió obtener tres Oscars, incluyendo el de mejor película en 2005.

Crash no sólo habla de racismo, que es lo que la mayoría de los críticos comentan, habla del lado oscuro que todos podemos llegar a tener y que convive con un lado bondadoso que forma la otra cara de la moneda. Un policía que es capaz de ser despreciable pero que se juega la vida por salvar a alguien cuando está en peligro; un delincuente que es incapaz al final de hacer negocio con otros seres humanos o una mujer que, a pesar del poder y la posición, solo encuentra amistad incondicional en la asistenta que limpia su casa. Crash cuenta lo cotidiano y lo extraordinario con una elegancia y simpleza maravillosas.

Pocas veces he visto en una sola película tantas escenas impecables por su interpretación, por los momentos tan sorprendentes que transmite y por encerrar tantas emociones encontradas a la vez. La capacidad de transmitir de sus actores es excepcional y a mí, que soy una enamorada de la comunicación, me parece mágico tener la capacidad de llegar así a través de una pantalla, de forma tan natural, tan emocionante, tan auténtica.

De vez en cuando, escribiré sobre escenas de algunas películas (y seguro comentaré algún otro momento de ésta); hoy, os dejo la primera que desmenuza a través de la cámara lenta un momento de mucha tensión y angustia y que recuerda a otra escena emblemática que muestra también a un padre ante su hija muerta que interpretó Al Pacino en “El Padrino III”.

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Observad bien las dos escenas y encontraréis un paralelismo: la boca abierta mantenida en la escena, la fuerza del dolor, de la angustia, la tensión de los músculos faciales, observad la desesperación, la pena, el miedo más absoluto a perder lo que más se quiere . Y en medio de todo, mirad el contraste de la inocencia y la fuerza de una niña pequeña que está convencida de que ha salvado a su padre con una capa invisible o de una casi adolescente María Corleone que no consigue comprender del todo que ese es su último aliento.

Os dejo con estas dos escenas maravillosas, intensas y redondas que cada vez que veo me recuerdan lo grande que es el cine.

Crash: The Magic Coat

El Padrino III: escena final

Y hasta aquí el post de esta semana, nos leemos la semana que viene.

Natalia Gironella

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El «virus» emocional

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Hace ya muchos años que constato en mis clases o en mis sesiones con ponentes cómo los estados anímicos de las personas provocan una influencia casi determinante en la transmisión del mensaje, así como en la relación que se establecía entre el orador y la audiencia a la que se dirige.

El estado mental de las personas influye a su vez sobre el estado mental de las otras personas con las que se relaciona. La neurociencia social explica esto de forma detallada.

Son los circuitos neuronales del cerebro los que se activan para tomar determinadas decisiones. Así sucede cuando ellos actúan sobre el ponente haciendo que este formule una pregunta concreta a la audiencia con la cual consiga que su nivel de atención se active, o que la tensión disminuya y el ambiente se relaje. Son los mismos circuitos neuronales que se activan también cuando decidimos huir o quedarnos quietos si nos encontramos enfrente de un perro enseñando los dientes.

Según Goleman, las emociones se contagian como un resfriado común y este contagio interaccional impregna cualquier relación que establezcamos con el otro.

Este transvase oculto de emociones entre las personas se hace posible gracias a la amígdala, una región en forma de almendra, ubicada en el cerebro medio, que desencadena las respuestas de lucha, huida o paralización. Actúa así, por ejemplo, ante el peligro o ante cualquier situación que nos es desconocida y nos resulta incómoda o nos produce ansiedad.

                                                                                          Amígdala

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Según Goleman, cuando se registra un sentimiento, recibimos señales de los circuitos neuronales que lo que hacen básicamente es reproducir esa emoción en

nuestro cuerpo, en lugar de alertar a las áreas verbales (y permitirnos, en consecuencia, nombrar lo que sabemos).

El contagio emocional ilustra el funcionamiento de lo que podríamos denominar la vía inferior del cerebro. Son los circuitos cerebrales que operan automáticamente y sin esfuerzo alguno por debajo del umbral de la conciencia.

A este sistema, precisamente, debemos la posibilidad de registrar el tono irónico de un comentario o una mirada amenazadora. La amígdala extrae el significado emocional de los mensajes no verbales (expresiones faciales, cambio del tono de voz o una mirada amenazante, etc.), unos microsegundos antes de que tomemos conciencia de lo que vemos.

La amígdala no está conectada con los centros del habla, así que, cuando registramos una emoción, recibimos señales de los circuitos neuronales que no alertan a las áreas verbales para definir lo que vemos, sino que reproducen esa emoción que percibimos en nuestro propio cuerpo. Es decir, la amígdala interpreta las emociones y las procesa subliminalmente, sin que medie nuestra consciencia, reproduciendo en nosotros la misma emoción o reaccionando ante ésta (por ejemplo, con el miedo hacia la ira de otro.

Este “fenómeno” es extraordinariamente importante en lo referente a la comunicación. Aquellas personas con mayor capacidad de establecer un vínculo intercerebral, de provocar efecto en el cerebro del otro, tendrán mayor probabilidad de conseguir eficacia comunicativa. La psicóloga Ellen Sullins ya demostró en sus investigaciones que en el transcurso de una interacción entre dos personas que no se hablan, siempre se produce una transferencia del estado del ánimo de la una a la otra. También advirtió que el sentido de la traslación siempre es el mismo: es la persona más expresiva la que transmite su estado de ánimo a la más introvertida.

Una vez que llega esta información sensorial al tálamo, este envía parte de la misma a la amígdala, por si hay que actuar rápido y de forma inconsciente. Por otra, manda el resto de la información al córtex (la vía superior) para que dé una respuesta más elaborada, aunque sea más lenta. Pero, la primera respuesta, rápida e inconsciente, ya se ha producido y esa respuesta es muy potente. Al final, la opinión que nos merezca la persona que tengamos delante, la decisión que tomemos en relación a esta, la confianza que depositemos, dependerá, en gran parte, de un intercambio entre la vía inferior y superior. Un intercambio entre los sentimientos que esa persona nos ha hecho sentir en nuestro propio cuerpo y los pensamientos sobre lo que estamos sintiendo.

Es decir, realizando una explicación muy sencilla: si mi propia percepción de la realidad es que no merezco la confianza de los demás para que me financien parte de mi negocio, mis circuitos neuronales se activarán para realizar una exposición sobre mis capacidades que “obedezca” a esa premisa que yo estoy pensando. Inmediatamente, las personas que estén interaccionando conmigo, recibirán esos estímulos a través del tálamo y éste enviará una señal a la amígdala que reproducirá lo que yo siento en las otras personas. La consecuencia casi segura es que no conseguiré convencerles.

Lo clave aquí es destacar que la neurociencia social nos enseña que cuando una persona transmite sus pensamientos junto con sus sentimientos a otras personas, activa en éstas los mismos circuitos neuronales por los que discurren esas emociones.

Este hecho tiene una consecuencia ni más ni menos que neurológica: contagiar esas mismas emociones.

El contagio de las emociones es una característica distintiva en todos los comunicadores/as considerados/as eficaces. Es difícil encontrar en la historia algún orador que se haya distinguido por la falta de energía o de fuerza en el discurso, o por que genere la duda de que no cree en lo que dice. Esa transmisión de energía, normalmente viene sustentada por una absoluta convicción y pasión sobre lo que él mismo habla y genera cambios a nivel cerebral y en los circuitos neuronales que se contagian de unas personas a otras, como un virus imparable.

Existen innumerables ejemplos en la historia: para desgracia de la humanidad, Hitler creía absolutamente que la raza aria era superior y así llegó a transmitírselo y a convencer de ello a los alemanes; Ronald Reagan, consideraba sinceramente América como el mejor sitio de la tierra para vivir y cumplir los sueños de cualquier hombre y devolvió a EEUU el sentimiento patriótico que habían perdido tras la era Carter, y Jobs consideraba que Apple ofrecía una nueva forma de pensar y así se lo hizo creer a la mayoría de los usuarios de esta marca.

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Aquí, podemos asociar esta idea con el concepto de congruencia comunicativa. Cuando el emisor de un mensaje cree en lo que cuenta, su cuerpo la transmite, está en consonancia absoluta con el discurso verbal y por tanto, al receptor del mensaje le llega esa energía.

Es muy interesante destacar el concepto de la energía y su contagio con el de verdad y creencia (confianza). Ailes identifica claramente a los buenos comunicadores con aquellas personas que transmiten que creen de forma absoluta en lo que dicen, es decir que son sinceros; y por tanto, dignos de confianza.

Un comunicador que transmite confianza y sinceridad es aquél que mantiene absoluta coherencia entre lo que está pensando y cómo lo está expresando. Esa consistencia es captada de forma inmediata por la audiencia que, podrá estar de acuerdo o no con el emisor del mensaje  pero no dudará de la veracidad de las palabras y ,en caso de que se trate de una negociación , una venta o un discurso político, tendrá muchas más probabilidades de obtener un resultado a su favor.

Nos leemos la semana que viene y recuerda… !!kmnkt!!

Natalia Gironella

Twitter: @elcuerponomient